Como el año pasado, y coincidiendo con el Día de la Madre en España (varía bastante según los países, aunque la mayoría lo celebran en mayo), recopilamos las reseñas que hemos ido publicando y que tienen que ver con las madres. En estos libros son fundamentales en la historia o destacan por el hecho de ser madres o por el efecto que tienen en sus hijos.

Protección (en novelas de suspense)
No es muy frecuente que una madre, que tiene que encargarse de su hijo o hija, sea la protagonista de una historia de misterio o de suspense, pero evidentemente alguna hay. Como es el caso de la narradora de Juego de mentiras, de Ruth Ware, que es madre reciente y no solo tiene que protegerse a sí misma. Y el sentimiento de protección no solo aparece cuando ya ha nacido, también antes, como ocurre en Los ritos del agua, de Eva G.ª Sáenz de Urturi.
La protección puede ser muy evidente, como le pasa a la protagonista de Reino de fieras, de Gin Phillips. Al principio no sabe qué pasa, solo tiene claro que por encima de todo va a proteger a su hijo. En otras ocasiones hasta casi el final de la historia la hija no comprende que su madre la estaba protegiendo, como ocurre en Monstruo de ojos verdes, de Joyce Carol Oates.
A veces ocurre que el intento de protección choca con las reglas de la sociedad, porque, por ejemplo, el marido tiene más poder de decisión que la madre (o la propia interesada). Eso ocurre en Harriet, de Elizabeth Jenkins, que contó un suceso real de la época victoriana. Y otras veces ese afán de protección puede acabar siendo contraproducente, como pasa en No sé, de Barbara Abel.
La pérdida de un hijo
Puede ser por su muerte. Pero lo que cambia en cada historia es la reacción de la madre ante ese horroroso suceso. Algunas intentan buscar respuestas, como es el caso de Reconstruyendo a Amelia, de Kimberly McCreight. Otras, en cambio, tratan de sobrellevar su muerte lo mejor que pueden, como ocurre en Lisa y Birgitte, de Ida Jessen. Y otras veces lo que sucede es una venganza, como en La casa de los nombres, de Colm Tóibín.
También puede ocurrir que desaparezca. Eso ocurre en No soy un monstruo, de Carme Chaparro, donde la investigación se centra en buscar a niños desaparecidos. O puede que la trama no gire tanto en torno a la búsqueda, sino más bien trate sobre las secuelas que deja en la madre, como pasa en Ella, que todo lo tuvo, de Ángela Becerra.
En otras novelas esa pérdida, tanto por muerte como por desaparición, no parece tener tanta importancia en la trama, pero sí hace que cambie (normalmente a peor) el comportamiento de esas mujeres que perdieron a sus hijos, por la desesperación que sufren. Es lo que pasa en Macbeth, de Jo Nesbø, y en Notre-Dame de París, de Victor Hugo.
Relaciones difíciles
En la mayoría de los libros esas relaciones difíciles producen un distanciamiento. Que es lo típico que pasa con los adolescentes. En Una noche de invierno, de Laura Kasischke, una madre recuerda cómo fue la adopción de su hija y cómo nota que se han distanciado. Y también ese distanciamiento puede hacer que, cuando una madre muere asesinada, sus hijos sean sospechosos… Y precisamente eso es lo que ocurre en Inocencia trágica, de Agatha Christie.
En Demasiados héroes, de Laura Restrepo, la historia trata sobre un hijo y una madre distanciados, pero unidos por una causa común: encontrar al padre. Y en Casi perfecto, de Marina Mayoral, una madre trata de convencer a su hijo de que no tiene nada que ver con la muerte de su padre.
Y en las historias autobiográficas también pueden destacar los conflictos con las madres. Igual con el tiempo el hijo entiende los comportamientos de la madre, como en Prohibido nacer, de Trevor Noah, y reconoce que todo se lo debe a su madre (y le dedica el libro). O igual se llevan algo mejor con el paso de los años, como en Apegos feroces, de Vivian Gornick.
A veces parece casi imposible que puedan llevarse bien, porque la madre y la hija ven la vida de una forma muy distinta, que es lo que pasa en El ojo de jade, de Diane Wei Liang. Y siempre puede pasar que la relación nunca se arregle, como en No hay cielo sobre Berlín, de Helga Schneider.
La pérdida de la madre
Puede ser porque muera, o puede ser temporal, porque no ha muerto, pero el distanciamiento es tan grande que es casi como si lo estuviera. Si deja un recuerdo imborrable en la hija porque se adoraban, puede pasar que acompañemos a la hija en parte de su duelo, como sucede en La mujer que nunca tenía frío, de Elisabeth Elo. Otras veces no sabemos qué ha pasado, solo que ha tenido que criarse sola, y hasta casi el final no nos enteramos de por qué la protagonista no quiere saber nada de su pasado, como pasa en La vida escondida entre los libros, de Stephanie Butland.
Vida sin el padre
En la novela Madre e hija, de Jenn Díaz, cuatro mujeres de la misma familia se tienen que enfrentar a la pérdida del padre (y hermano y esposo), pero también es importante el tema de la maternidad. En cambio, en Cartas en la tormenta, de Bridget Asher, una mujer cría a sus tres hijas ella sola, pero con la sombra permanente del padre…
Autores que repiten
Es el caso de Alejandro Palomas, que en dos de sus novelas (de las que tenemos reseñadas hasta ahora), Un amor y El tiempo que nos une, dos madres tienen un papel fundamental: Amalia (que aparece en otras de sus novelas, y una de ellas precisamente se titula Una madre) y Mencía.
Y también sucede con las dos reseñas que tenemos de novelas de Najat el Hachmi, muy centradas en las relaciones entre madre e hija. En el caso de Madre de leche y miel la historia se centra en la madre, pero en La hija extranjera lo que nos cuenta la autora es el punto de vista de la hija.