Sinopsis
Autora de Déjame ir, madre – el conmovedor intento de una mujer por reconciliarse con su anciana madre a pesar del abismo ideológico que las separa-, Helga Schneider narra en este libro su primer ajuste de cuentas con la memoria, abordando con inusitada candidez los horrores de una infancia robada.
Víctima de un triple abandono – madre, padre y madrastra, que rápida y sucesivamente desaparecen de su vida – , la pequeña Helga sobrevive en Berlín, una ciudad que, convertida en una inmensa hoguera por los bombardeos aliados a finales de la guerra, es el escenario de esta crónica de la locura vista por los ojos de una niña, unos ojos lúcidos que no olvidan la violencia física y psicológica de aquella realidad incomprensible. A la forzosa convivencia en el sótano con los vecinos del edificio, agravada por la oscuridad, el frío y la escasez de alimentos, se suma la continua disputa por la supervivencia, el agotamiento, la enfermedad y la presencia constante de la muerte. Y como cruel ironía del destino, la visita fortuita al búnker de Hitler, a quien Helga recuerda como un ser avejentado, tembloroso, de una mediocridad decepcionante.
No hay cielo sobre Berlín es una lectura apasionante que transmite toda la fuerza y la valentía de una niña, Helga, la misma que en su madurez regresa con pulso firme a su pasado más doloroso y lo expone abiertamente, sin censuras, pero también sin recrearse en el dramatismo, para contribuir con su testimonio a la construcción de la memoria reciente de la humanidad.
¿Por qué me decidí a leerlo?
Realmente no tengo muy claro por qué lo escogí, me sorprendí a mí misma. Es raro que elija libros de esta temática (guerras y/o nazismo) porque me resultan muy duros, y, a veces, incluso aburridos (depende del enfoque del autor o autora). Puede que fuera porque es la visión de una niña o porque es enigmático lo de que “no hay cielo”, o por Berlín…
¿Mereció la pena?
Es una historia dura, muy dura. Y lo es desde el principio de la novela, con el reencuentro con la madre, hasta el final, en el que solo intuyes que la vida de esta niña irá a mejor, porque es autobiográfica. Narra los horrores de la guerra, y como la que lo cuenta es una niña, entiende menos todavía por qué pasa lo que pasa. Si como adulta me cuesta entender qué razones pueden existir para que se maten unos a otros, una niña que solo quiere estar con su padre, jugar y llevar una vida normal mucho menos. Y leyendo el libro era inevitable pensar en lo que estará pasando en otros países en guerra. Por ejemplo, en Siria. O en Irak o en Sudán… Pasando penurias y terror por no saber cuándo llegará la siguiente bomba o el siguiente ataque, y si acabará con su vida o con la de sus seres queridos.
La novela también está llena de los distintos comportamientos humanos ante situaciones límite. Está la madre que abandona a sus hijos porque piensa que su sitio está con las SS; el padre que deja a los hijos con la nueva esposa y que tampoco parece que le preocupen mucho; madres y padres que harían lo que fuera por sus hijos, o que no pueden vivir sin ellos; los que crean pequeños reductos tratando de aislarse del exterior, como un colegio que resiste (que parece un oasis y es antinazi) o el búnker de Hitler, donde tratan de aparentar que todo va bien y que están ganando la guerra; los solidarios y los insolidarios; los que se organizan en grupo y se apoyan, y los que solo piensan en sí mismos; los que siguen creyendo en lo que dicen los nazis, y los que están hartos y ya no se creen nada; los que sobreviven como sea y los que se rinden suicidándose…
De entre todos, el que más me gustó fue el «abuelo», que es el padre de Ursula, la madrastra. Aunque probablemente es difícil saber cómo reaccionaríamos en ciertas situaciones, es todo un ejemplo como persona. Acepta las situaciones, (casi) no se hunde, y sigue haciendo lo que cree que debe hacer. Y es el único que se preocupa por Helga. Sin él, Helga lo habría pasado mucho peor, aunque leyendo el libro parece difícil pasarlo peor. La madrastra se hace odiosa casi todo el tiempo y el hermano pequeño es insufrible, pero es que hasta en época de guerra puede haber niños consentidos y niños casi repudiados, porque a pesar de todo, la vida sigue…
Cuando acaba la guerra llega la alegría o el alivio, los supervivientes esperan un cambio radical, pero a corto plazo solo hay un cambio en el tipo de horrores que sufren. Antes llegaban ataques desde el cielo o sufrían por no seguir las consignas nazis, pero quedaba la llegada de los vencedores, que quieren su botín de guerra. Esta parte creo que es la que más me costó leer. Porque sentía lo que sentían ellos: una especie de montaña rusa de sentimientos, pasando de la alegría al miedo, o las ganas de que todo cambie. Pero todavía faltaba para que la situación se normalizase y tenían que sobrevivir a los saqueos y las violaciones. Para mí está claro que en una guerra siempre se acaba llevando la peor parte la población civil que sufre la invasión.
¿A quién se lo recomiendo?
A los que quieran conocer más sobre la Segunda Guerra Mundial, pero desde el punto de vista de los civiles alemanes, aunque estoy segura de que es aplicable a casi cualquier guerra. Para conocer los horrores de los bombardeos, de los saqueos, de los vencedores, de los vencidos… Y también para percibir el mal que hace un régimen totalitario como el de Hitler, en el que se controla todo y se prohíbe casi todo.
Ritmo de lectura
Como la historia es muy dura tenía que parar para recuperarme, aunque tampoco se recrea en el sufrimiento, simplemente cuenta las cosas como son. Si no hubiera sido por eso, hubiera sido un ritmo rápido, porque el estilo es sencillo y la historia interesante.
¿Leerías algo más de la autora?
No sé si tiene muchos más libros, pero igual algún día me animo a leer Déjame ir, madre, aunque creo que también me resultará muy duro, porque vaya madre… Y si tiene otros libros, creo que pueden merecer la pena.