En 2018 asistimos a un nuevo retroceso en la libertad de expresión en España. Algo que también denunció Amnistía Internacional en su informe anual de ese año, analizando la situación en 159 países. Esto desde luego no fue una buena noticia. Y, por supuesto, también afecta a los libros.
Esa semana de febrero ocurrió algo que yo creía que no iba a volver a ver, el secuestro del libro Fariña. El juzgado de Collado Villalba de Madrid acordó el secuestro cautelar de este libro, del periodista Nacho Carretero, que trata sobre la historia del narcotráfico gallego. El juzgadoordenó el secuestro del libro a petición de José Alfredo Bea Gondar, exalcalde de O Grove, Pontevedra, porque aparece citado en el libro por supuestos vínculos con el narcotráfico. Este señor demandó al autor y a la editorial por supuesta vulneración de su derecho al honor. Al final le dieron la razón al autor, pero pasaron varios meses sin que pudiera venderse el libro (teóricamente).
El secuestro se debió concretamente por tres líneas de todo un libro, que ya llevaba 4 años publicado, y con la décima edición a punto de salir a la venta. Aunque la cantidad de líneas da igual, podría ser todo el libro y tampoco tener sentido esa medida. Pero no hay mayor reclamo que lo prohibido y el libro fue el más vendido en Amazon y en las librerías de Galicia, y probablemente en toda España. Además, el Gremio de Libreros de Madrid emitió un comunicado en el que rechazaban semejante medida: ‘Fariña’ se queda en las librerías.
Y no sólo han sido órdenes judiciales las que han prohibido libros, también lo “políticamente correcto» censura libros. Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, no se podrá leer en las escuelas de Virginia por el lenguaje «inapropiado» del libro, porque utiliza la palabra nigger (negrata) que hoy se considera muy ofensivo. ¿Nos hemos vuelto locos? Matar a un ruiseñor es precisamente un alegato contra el racismo y el doble rasero por motivos raciales. Ahora hay padres que dicen que esta gran obra de la literatura hiere la sensibilidad de sus hijos. Incluso el sector educativo ha decidido retirar la obra de los planes de estudio para que los alumnos no se ofendan, y están creando safe spaces (espacios seguros) donde los estudiantes no puedan sentirse ofendidos.
En el pasado
Tratar de controlar lo que lee la gente viene de muy antiguo. Por ejemplo, el Index Librorum Prohibitorum de la Iglesia Católica, un índice en el que se recopilaban los libros prohibidos por ser perniciosos para la fe, empezando por los de Martín Lutero. Este Index fue un eficaz censor durante cuatro siglos, vigente hasta 1966. La Inquisición Española tenía un apéndice para los libros en castellano. La última edición publicada, de 1948, contenía aproximadamente 4.000 títulos censurados por herejía, deficiencia moral, sexualidad, ideas políticas, etc.
En la época franquista se controlaban los libros que se publicaban. La lista negra era interminable. Además de retirar libros de las bibliotecas o controlar los nuevos textos, otros muchos libros fueron manipulados y cambiados, haciendo que se leyera la obra de forma distinta al original. Esto ha pasado con algunos libros de la saga de James Bond de Ian Fleming y algunas novelas de Ernest Hemingway. Fueron sacados de las bibliotecas públicas cuentos como Piel de Asno, obras como La Celestina, Sonata de Otoño de Valle-Inclán, Poesías completas de Antonio Machado, La Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset, Guerra y paz de Tolstói, Crimen y Castigo de Dostoyesvski, La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín», y así, miles y miles de libros.
«Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres»
La frase es de Heinrich Heine, un poeta alemán nacido en 1797, y cuyas obras fueron quemadas por los nazis. La famosa quema de unos 25 mil libros el 10 de mayo de 1933 en Berlín, delante de la Universidad Humboldt por parte de los estudiantes, fue un acto simbólico que se repitió en 21 universidades de Alemania. Se quemaron libros de todos los autores considerados anti alemanes o decadentes: Erich Maria Remarque, Arnold Zweig, Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Kafka, Proust, Wilde, Hemingway, Freud, Erich Kästner, John Dos Passos… Y, por supuesto, muchos autores vivos tuvieron que huir o acatar la censura impuesta por los nazis.
Durante el franquismo, además de la censura y retirada, también se hicieron quemas de libros. En 1936, en La Coruña, se hizo una pira con los libros de la biblioteca Santiago Casares Quiroga. En 1939 se celebró la Fiesta del Libro quemando libros de Voltaire, Marx o Rousseau por parte del Sindicato Español Universitario. En Barcelona se destruyeron 72 toneladas de libros de editoriales y bibliotecas públicas y privadas después de la Guerra Civil.
Algo similar ocurrió en Argentina en 1980. Apenas comenzado el golpe de Estado iniciaron una práctica recurrente: quemar libros seleccionados en grandes fogatas, a la vista de todos. O en Sarajevo, en 1992, donde se bombardeó la Biblioteca Nacional de Bosnia y se perdieron dos millones de libros. En Bagdad, en 2003, la multitud enardecida quemó la Biblioteca Nacional.
Contra los escritores
Salman Rushdie es el mejor ejemplo. Fue por su cuarta novela, Los versos satánicos, que, cuando se publicó en 1988 en Reino Unido, desató una fuerte polémica, e incluso su prohibición y la quema de sus libros en varios países musulmanes. Más tarde, el ayatolá Jomeini proclamó una fatwa ofreciendo una recompensa por la muerte de Rushdie y cualquier persona relacionada con la publicación del libro. Desde entonces vive bajo protección del gobierno británico, ya que varios traductores y editores fueron brutalmente atacados. El traductor de la versión japonesa murió por las heridas producidas durante uno de esos ataques.
Al Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz le atacaron unos extremistas islámicos, que le infligieron una grave herida en el cuello, con un arma blanca, ya que consideraban su obra como una blasfemia contra la religión musulmana. Esta agresión le provocó daños en la vista y los oídos, así como parálisis en el brazo derecho, lo que le impidió seguir escribiendo con normalidad. Llegaron hasta el punto de que en 1996 fue catalogado como hereje y sentenciado a muerte por grupos radicales islámicos, y se mantuvo prácticamente recluido en su hogar, solo con salidas esporádicas y bajo protección oficial.
Razones para prohibir o censurar libros
Además de por razones religiosas, racistas, ideológicas, etc. existen muchas otras razones para prohibir o censurar libros, algunas hasta curiosas. Estados Unidos, que se considera el país de las libertades, tiene cierta fama prohibiendo libros. Por su contenido sexual se prohibieron libros como el Ulises de James Joyce, o Trópico de Cáncer de Henry Miller, con proceso por obscenidad y «contrabando» incluidos. Las Uvas de la ira, de Steinbeck, se prohibió porque era un ataque contra los terratenientes y, del mismo autor, De ratones y hombres por la «inapropiada amistad» entre hombres.
Otro célebre caso de libro censurado, en este caso infantil-juvenil, es la saga de Harry Potter de J. K. Rowling, en los Emiratos Arabes, bajo la acusación de incentivar a la brujería. O Las aventuras de Sherlock Holmes en la extinta Unión Soviética, por el interés de Arthur Conan Doyle por el espiritismo (aunque después de levantar el veto todas sus novelas se convirtieron en un gran éxito). Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, se prohibió en China porque los animales hablaban.
Conclusión
Así que, como hemos visto, el fanatismo religioso o ideológico y las guerras han traído la censura de libros o su destrucción durante siglos. Una etapa que parecía en parte superada, pero igual no tanto. Mientras continúen por el mundo campañas que solo se centren en lo políticamente correcto y en cualquier posible ofensa, creo que vamos a crear generaciones de personas inmaduras, poco críticas y arropadas entre algodones. Y cuando descubran la realidad del mundo no sé si van a ser capaces de soportarla.