Probablemente la frase más conocida es la atribuida al escritor inglés Edward George Bulwer-Lytton:
El tiempo es oro.
Aunque yo prefiero la versión de José Luis Sampedro:
El tiempo no es oro; el oro no vale nada, el tiempo es vida.
¿Y qué pensaban otros escritores y escritoras sobre el tiempo? Pues aquí tenéis una pequeña recopilación…
Ya desde la antigüedad comenzaron los filósofos a pensar en el tiempo, y Platón llegó a esta conclusión:
El tiempo es una imagen móvil de la eternidad.
Siglos más tarde, Jorge Luis Borges pensó esto:
El tiempo es la materia de la que he sido creado.
Pero no solo se reflexiona sobre qué es. También se puede reflexionar sobre a quién pertenece, como escribió Baltasar Gracián:
Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; incluso el que no tiene nada más, lo posee.
O sobre desperdiciar el tiempo, que no parece buena idea según Shakespeare:
Malgasté mi tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí.
Y también para Victor Hugo era importante no perderlo:
Tan corta como es la vida, aún la acortamos más por el insensato desperdicio del tiempo.
¿Para qué sirve? Para la novelista francesa Elsa Triolet no parece que para mucho:
La única función del tiempo es consumirse: arde sin dejar cenizas.
Y esto es lo que creía Susan Sontag:
El tiempo existe para que no todo ocurra al mismo tiempo… y el espacio para que no todo te ocurra a ti.
Para Miguel de Cervantes tenía una utilidad muy grande:
Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.
Otra idea muy frecuente es que lo cura todo, pero Ana María Matute ampliaba esa característica del tiempo:
El tiempo lo cura todo, pero también lo quema todo. Lo bueno y lo malo. Te arranca de la memoria cosas que quisieras tener ahí. El tiempo se lo lleva.
Pero otros no parecen creer en su efecto curativo, como Federico García Lorca:
Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad.
Y para concluir, las palabras de José Saramago:
El tiempo es un maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndonos en el lugar que nos compete. Vamos avanzando, parando y retrocediendo según sus órdenes. Nuestro error es imaginar que podemos buscarle las vueltas.