La frase del título es de Rabindranath Tagore, y creo que es una buena forma de empezar esta entrada de Ágora, llena de frases de escritores y escritoras sobre la sorpresa y el asombro, o sobre lo que nos sorprende y asombra. Porque, aunque no son exactamente lo mismo, sí que tienen mucha relación. Según la RAE, sorprender, en sus dos primeras acepciones, significa «pillar desprevenido» o «conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible», mientras que la primera acepción de asombrar es «causar gran admiración o extrañeza en alguien».
Vladimir Nabokov pensaba que la vida es lo que sorprende, o la muerte:
La vida es una gran sorpresa. No veo por qué la muerte no podría ser una mayor.
Según Jostein Gaarder, en El mundo de Sofía, al hacernos adultos vamos perdiendo la capacidad de asombrarnos:
Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos sorprender por el mundo.
Y según Isabel Allende, dependiendo de tus experiencias tempranas también puedes perderla:
Quien ha abierto los ojos en el territorio más alucinante del mundo, pierde la capacidad de asombro.
Una tercera razón para que ya nada nos asombre la expresó Nadine Gordimer:
Creo que la gente pierde la capacidad de sorprenderse porque diariamente presencia desastres que suceden en todos lados.
Pero Ray Bradbury creía que deberíamos intentar recuperarla (cada persona con algo que le genere interés):
Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro. Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia.
Charles Baudelaire pensaba que la sorpresa (o el estupor, otra palabra que en determinados casos podría usarse como sinónimo) tiene mucho que ver con la belleza:
La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza.
Para Cesare Pavese, era algo necesario para descubrir:
La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento.
Y Françoise Sagan destacó su relación con el arte:
El arte debe tomar a la realidad por sorpresa.
Como esta es una página de libros, no podía evitar recordar su relación con escribir, que expresó así Ángeles Mastretta en La emoción de las cosas:
Escritor es quien escribe siempre que algo le asombra, aunque no tenga lápiz ni teclas con las que dejar constancia de su orgullo y su prejuicio.
Pero no siempre se ve como algo positivo, sobre todo si se trata de que te den una sorpresa (y te pillen desprevenido). Jane Austen, en Emma, lo explicó así:
Las sorpresas son tontas. El placer nunca aumenta y los inconvenientes son muchas veces considerables.
Y según Charles Dickens, en Oliver Twist, una vez que empiezas con las sorpresas, puede ser que tengas más:
Las sorpresas, lo mismo que las desgracias, rara vez vienen solas.
Para terminar, mi escritor favorito en cuanto a frases, Oscar Wilde, que era imposible que no tuviera una sobre la sorpresa o el asombro. En Una mujer sin importancia escribió esto, que podría servir también como un consejo (sorpréndete a ti mismo):
Siempre me asombro de mí mismo. Es lo único que hace la vida digna de ser vivida.
–«El amor a primera vista»–
¿Acaso podrá catalogarse ése suceso de la misma forma en que ven el viaje de la pelota dos jugadores de tenis?
El tamaño de la sorpresa podría ser distinto, dependiendo del primer raquetazo, el de ida…de la fuerza, de la dirección, de la precisión, de la altura, del efecto…
O el de vuelta…dependiendo de la agilidad, del posicionamiento, de la disposición, de la interpretación, de la capacidad de resolución…
Son juegos de contínuas sorpresas, mientras duren.
Y fíjate, en ambos casos, no es el tiempo lo que los define, es la sumatoria en etapas, del número de aciertos y de errores.
Sorpresas muy buenas que te ayudan a crecer o sorpresas menos buenas, que te obligan a crecer