¿Dejar o no dejar el libro?

Esa es la cuestión: dejar de leer o terminar el libro cuando te está costando avanzar. Porque evidentemente si estás disfrutando de la lectura es casi imposible no terminarlo, solo lo dejarías por causas de fuerza mayor. Frente a un libro aburrido, que no engancha, que no nos gusta, que nos está hartando… se pueden hacer dos cosas: terminarlo o dejarlo por imposible. Así que en esta entrada de secretos (in)confesables Concha y yo damos nuestras razones de por qué dejamos o no de leer.

Dejar o no dejar el libro
Aunque esta ilustración de Virginia Mori se llama realmente «Lectura prohibida», creo que puede reflejar esa indecisión entre dejar de leer o continuar leyendo. Fuente: Pinterest.

La que siempre termina el libro

No soporto dejar de leer un libro, tengo que llegar siempre al final. Ya puede ser un rollo patatero, pero siempre pienso que en el capítulo siguiente se va a poner interesante, o que si lo dejo me voy a perder lo mejor del libro, y que al final no va a ser el mal libro que me está pareciendo. Normalmente no suele pasar casi nunca eso de que el libro deje de ser un muermo, pero como soy muy positiva siempre les doy esa oportunidad.

Creo que a estas alturas será muy difícil que cambie mi forma de leer, así que seguiré sin dejar a medias un libro cuando me aburra ni lo mandaré a dormir el sueño de los olvidados. Aunque existen excepciones, porque alguno sí que lo he dejado de leer, para siempre. Recuerdo que me ha pasado con el Ulises de James Joyce y con Rayuela de Julio Cortázar. No sé por qué, a pesar de empezarlos en dos ocasiones, no les he dado la oportunidad de cambiar en algún capítulo y ponerse interesantes. En ninguno de los dos he podido pasar de la página cien. Y con ellos no hice mi pequeña trampa, que es lo más (in)confensable.

Consiste en que cuando llego a un párrafo insoportable, porque me aburro soberanamente, me lo salto hasta el punto y aparte siguiente. Normalmente en el siguiente párrafo cambia de tema, y así voy ganándole tiempo al aburrimiento. Si esto lo hago más de cuatro o cinco veces es que el libro es de los que me horrorizan, y por supuesto no se lo voy a recomendar a nadie. Ya sé que es una trampilla, pero así consigo terminarlos y descubrir si cambian en los siguientes capítulos o realmente son el rollo que me parecieron al principio. Y si se trata de un libro con partes que considero buenas, no me quedo sin leerlas.

No solo me pasa con los libros, reconozco que también me pasa con el cine y con las obras de teatro. Pueden resultarme aburridísimas, pero siempre las veo hasta el final. No me he salido jamás de un cine o de un teatro, porque: ¿y si me salgo y entonces ocurre lo mejor de la peli o de la obra? Así que allí me quedo aguantando, a veces incluso bostezando, hasta que aparece «fin» o se cierra el telón. Lo mismo con las Perseidas en verano. No puedo dejar de mirar al cielo, por si me voy un momento al interior de casa y me las pierdo. Precisamente creo que hasta existe un anuncio sobre esto, en el que todas pasan cuando el chico se pone un jersey y deja de mirar el cielo.

La que abandona libros

Tengo bastante tendencia a dejar de leer libros. Como dice Daniel Pennac en los derechos del lector, tenemos derecho a dejar de leer si el libro no nos convence. Así que si me aburre o me cansa o me enfada lo que estoy leyendo, es muy probable que no lo termine nunca. Para mí leer es disfrutar, por eso no me gusta sentirme obligada a terminar un libro. Pero además, como descubrí en el instituto, cuando me obligan a leer acabo cogiendo más manía al libro y al autor. Si dejo de leerlo el mal sabor de boca es menor, e igual le doy otra oportunidad al autor o autora. Lo que no hago nunca es saltarme párrafos, ahí sí que sale mi lado «a ver si me voy a perder algo interesante». Y tampoco me salgo de los cines o teatros, aunque en mi casa sí que he abandonado series y películas.

Mi abandono de libros puede ser de dos formas: consciente o no tan consciente. Cuando dejo un libro conscientemente suele ser porque me parece horroroso y me niego a perder más el tiempo con él. A veces es porque caí en la tentación de leer el final, y me disgustó tanto, que soy incapaz de continuar. Eso sí, últimamente, coincidiendo con escribir reseñas, ya no abandono tantos libros. Aunque algunos sí, como Celeste 65 o Los hilos del tiempo, que tomé prestados en la biblioteca, pero no les voy a dar una segunda oportunidad. Estuve a punto de dejar de leer Hotel du Barry, pero finalmente lo acabé. Creo que lo voy a recordar como toda una proeza, y más todavía porque al final solo mereció la pena para hacer la reseña.

Pero a veces no soy (tan) consciente de que ese libro va a acabar entre mis libros abandonados. Suelen ser libros que no me convencen del todo, así que los dejo a un lado y empiezo a leer otros. De vez en cuando me recuerdo que debería continuar con ese, pero me voy encontrando otras historias que me atraen mucho más, y así se va quedando olvidado. Bastante tiempo después miro la pila de libros empezados, y ahí sigue ese libro que ya ni me acordaba de haber empezado. Si no ha pasado demasiado tiempo, puede que intente retomar la lectura, pero probablemente me dé demasiada pereza. Y entonces vuelve a quedarse abandonado (pero no solo, hay más libros con él, por supuesto).

De este abandono inconsciente recuerdo dos casos más especiales. Uno es El jilguero de Donna Tartt, que sé que en algún momento lo terminaré y haré la reseña, porque no me queda mucho para terminarlo. Lo que no pienso hacer es volver a empezarlo, creo que me acuerdo de lo suficiente como para no tener que refrescar la memoria. Y el otro es Dos años de vacaciones de Julio Verne. Empecé a leerlo creo que con catorce años. No sé por qué, ya que la historia me gustaba, a la mitad del libro o así dejé de leerlo. Un tiempo después decidí leerlo otra vez desde el principio, y de nuevo me paré a la mitad, casi en el mismo punto. Pero en el fondo sigo con la idea de que algún día me lo leeré…

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