Sinopsis
Las vidas de los Aubrey siempre se han visto empañadas por la inestabilidad y excentricidad de un padre que igual escribe artículos de manera febril en su despacho durante horas que vende los pocos muebles que les quedaban para apoyar alguna causa alocada y abocada al fracaso. Pero su nuevo trabajo en las afueras de Londres promete, al menos durante un tiempo, el alivio del escándalo y la amenaza de la ruina. La madre, una ex pianista, lucha por mantener a la familia a flote, pero lo cierto es que ella es tanto o más excéntrica que su marido. Al menos así la ve Rose, una de las tres hijas de la familia, a través de sus ojos de niña a veces amorosos, a veces crueles. Tanto ella como su hermana gemela, Mary, son prodigios al piano. La familia se completa con Cordelia, la hermana mayor —trágicamente privada de talento musical— y Richard Quin, el pequeño de la casa.
En La familia Aubrey Rebecca West transformó su propia infancia volátil en un arte perdurable. Es este un retrato sin adornos pero afectuoso de una familia extraordinaria, en el que la autora se valió de un notable estilo y una poderosa inteligencia para analizar los límites evasivos de la niñez y la edad adulta, la libertad y la dependencia, lo ordinario y lo oculto.
¿Por qué me decidí a leerlo?
Tras conocer un poco la vida de Rebecca West decidí que quería leer algo escrito por ella, y me animé a empezar por este libro semiautobiográfico, gracias al reto de Todos los clásicos grandes y pequeños de Las inquilinas de Netherfield, por ser un «clásico protagonizado por una familia» (nivel 3).
¿Mereció la pena?
Sí, me ha resultado muy interesante esta historia sobre una familia bastante peculiar. Parece que en general no pasa mucho, salvo en determinados momentos, así que la mayor parte de la novela me parecía más bien una novela costumbrista, conociendo cómo es la vida, más o menos corriente, de esta familia, con sus rutinas, sus pequeños enfados, sus momentos de acercamiento… Pero de vez en cuando suceden ciertos acontecimientos que producen cambios bastante drásticos para la familia. Toda la historia está narrada en primera persona por Rose, que recuerda cómo fue su infancia cuando ya es adulta. Por eso, aunque las vivencias son las de una niña, pasan por el filtro de una mujer adulta, que sabe mucho mejor por qué pasan ciertas cosas. Y que también sabe qué pasa en el futuro, aunque no desvela casi nada de ese futuro a los lectores. Hay cosas que no sabemos porque no las sabe Rose (ni casi nadie, como qué había en una alacena), pero otras cosas las desconocemos porque Rose no se terminó de dar cuenta de lo que pasaba por ser tan niña. Según me acercaba al final estaba más intrigada sobre cómo terminaría la novela la autora, porque no le daba tiempo a llegar a la edad adulta, y hasta pensé que igual me decepcionaría. Pero no, me pareció perfecto el «broche final».
La historia se desarrolla en la casa de Londres en la que van a pasar bastantes años, que perteneció a la familia del padre y que ahora les dejan alquilar. Aunque realmente empieza cuando están en una granja, mientras el padre arregla el traslado a Londres. Han estado antes en Sudáfrica, en Ciudad del Cabo y Durban, luego Dublín, y ahora Londres, siempre cambiando porque algo pasa en esas ciudades con su padre y tienen que marcharse. Se va notando cómo va pasando el tiempo, pero no de una forma muy clara, porque Rose va contando lo más importante, pero sin dar fechas concretas o explicar que han pasado meses o semanas desde lo último que contó. De vez en cuando aparece un momento impactante, como, por ejemplo, un asesinato. Parecía que les tocaría de refilón porque nadie de la familia tiene implicación directa, pero acaban involucrados porque sus padres siempre ayudan a quien sea. Me impactó el asesinato, porque no me lo esperaba, pero más las consecuencias que trae para la familia y para tía Lily (que realmente es la tía de una conocida del colegio).
En la familia casi todas son mujeres, excepto el padre y el hijo pequeño, Richard Quin, y me resultaba sorprendente que todas estuvieran tan embelesadas con ellos dos. El niño para mí no tenía mucho de especial, salvo una forma de pensar poco convencional, y al mismo tiempo me parecía muy infantil, pero podía entender que siendo el menor de la casa acabara siendo consentido por todas. Pero el padre… No es que sea el peor padre del mundo, pero es un auténtico desastre. Como En un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith, me hacía pensar que hay personas que no deberían casarse, y mucho menos tener hijos, porque no están preparadas para sentar la cabeza. En este caso su problema es el dinero, que se lo gasta jugando o en causas por las que lucha, generalmente ninguna que le afecte a él o a su familia. Y, a pesar de ser un derrochador y otros defectos que le hacen a veces bastante intratable, su esposa le adora y se culpa a sí misma por todo lo que va mal en el matrimonio. Y sus hijos igual, sienten adoración por él.
La hermana mayor es Cordelia, que parece constantemente enfadada con el mundo, y no para de pelearse con Mary y Rose. Rose, la protagonista y narradora, a veces me parecía irritante, sobre todo cuando le salía la vena cruel. Aunque creo que si Mary, su gemela, hubiera contado la historia me hubiera irritado mucho más, por lo egoísta y pasota que me parecía casi siempre. No me hubiera importado saber, de primera mano, a qué se debía ese enfado continuo de Cordelia. Parece que no le importa lo que opinan sus hermanas, y cree que ella es la que tiene razón en todo, pero puede que en el fondo quisiese encajar mejor en la familia (o tener otra distinta, esa es mi duda). La madre me parecía también muy peculiar, a veces muy sabia y sabiendo lo que había que hacer en determinados momentos, pero muy perdida en otros. En la casa trabaja Kate, que tiene algún secretillo (aunque yo pensaba que era otro). Y si bien es una familia que tiene tendencia a ayudar a cualquiera, por suerte también reciben ayuda, como del señor Morpurgo, muy desprendido y que parece que no se cansa de ayudar.
Aunque me ha gustado, tanto la forma de narrar, con un cierto ritmo pausado, como lo que cuenta, algunos temas no los llegué a entender muy bien o directamente me dejaron desconcertada. No entendía muy bien el tema de la música y por qué Cordelia no es buena tocando el violín. Porque parece que mucha gente cree que sí que se le da bien, pero la familia y los más expertos están seguros de que no tiene ningún futuro. Igual es mi desconocimiento del mundo de la música clásica, pero las razones que daban sobre por qué no era buena no las captaba, ni tampoco por qué las otras dos hijas sí que eran un portento (y el hijo, si se centrara en algún instrumento). Y eso me recordó las limitaciones que tienen los libros, porque tenía muchas ganas de escucharlas y ver si era capaz de notar esas diferencias, igual que con el primo Jock (de la rama materna), que sabe tocar bien, pero, al parecer, tiene algo que hace que el resultado sea desagradable.
También me descuadró el tema de los espíritus y de la adivinación, porque se lo toman como algo real (y yo siempre espero que se descubra que es algún truco, porque no son muy creyente de esas cosas). Pero sobre todo me extrañaba la naturalidad con la que hablan de ello, tanto con poltergeists como con gente capaz de leer la mente. El único problema que ven es que probablemente llamará la atención de los demás. Y según avanzaba en la lectura, eso que antes había concluido que era “pura imaginación», porque tienen como amigos imaginarios a unos animales, empecé a darme cuenta de que igual no era eso lo que pasaba. Todas esas creencias parecen deberse a la rama materna, porque la madre es escocesa, y también su amiga Constance, casada con el primo Jock, y madre de Rosamund. Rosamund es otra de las que me hubiera gustado saber qué pensaba, y no solo saber cómo la ve Rose.
También me resultó curioso lo que me hizo pensar el libro, que no tenía mucho que ver con la historia y me desviaba de ella. Como cuando hablan de la evolución en la ropa de las mujeres, y lo curioso que me parecía que ellas mismas se dieran cuenta de cómo cambiaba hacia la comodidad. O recordarme al libro de Virginia Woolf, Kew Gardens y otros cuentos, y hacerme ilusión que vayan a Kew Gardens a pasar el día. O fijarme en la cantidad de veces que usan expresiones sobre gatos, como «gato panza arriba», “peor que los gatos” (refiriéndose al sonido del violín), «cara tan afilada como el hocico de un gato»… En algunos casos pensé que podría ser tema de la traducción, de Andrés Barba y Camen M. Cáceres, por usar algunas expresiones españolas y no la traducción directa. Pero en otros, como con “atacar como un gato salvaje” (y no “fiera salvaje”), me hacía pensar que la autora tenía cierta fijación con los gatos (y algún personaje también). También aparecen gatos reales, como los de la granja o el gato del pescadero, o incluso en representaciones artísticas, pero son más bien anécdotas en la historia.
¿A quién se lo recomiendo?
A quien le guste leer sobre familias que no se atienen a lo que se suele considerar «normal», o sobre la sociedad inglesa de finales del siglo XIX y principios del XX, o sobre cambios de época.
Ritmo de lectura
Un ritmo medio, porque, aunque me gustaba lo que leía, no me tenía realmente enganchada.
¿Leerías algo más de la autora?
Sí, para empezar, me gustaría leer las continuaciones de esta historia, aunque no sé si están traducidas. Y también sus obras sobre el nazismo o la guerra. Y, si me sigue gustando, todo lo que caiga en mis manos de esta autora.