Otra historia de juventud. O más bien de niñez. O apurando más, de la frontera entre la niñez y la juventud, porque yo tenía 12 años cuando llegó a mis manos el primer tomo de la trilogía. Y otra vez buscando entre los libros de mis padres. Pero lo más interesante no es cómo lo descubrí, sino qué pasó después, que casi acabo traumatizada…
Como decía, encontré el primer tomo de El Señor de los Anillos (La Comunidad del Anillo) de J. R. R. Tolkien en una estantería de mi casa. Bien claro ponía que era el tomo I, pero estaba solo, los otros dos no estaban (probablemente ni siquiera sabía yo cuántos eran), y aun así me entraron ganas de leerlo. Luego mi padre me explicó que se lo había comprado por la fama que tenía, pero no le gustó, así que para qué se iba a comprar los otros dos.
Decidí llevármelo de vacaciones a casa de mis abuelos en agosto, junto a saber cuántos libros más, y me quedé totalmente fascinada con la novela, sobre todo con Aragorn. Luego al ver las películas no sabría decidirme entre Legolas o él, pero esa es otra historia. Y hasta Navidad me tuve que aguantar para poder leer la continuación, porque fue cuando me los regalaron. Yo queriendo saber qué les pasaría a los integrantes de la Comunidad del Anillo y nadie se apiadó de mí (de ahí el casi trauma).
No puedo decir que ese fuera el momento en que descubrí a Tolkien porque no acabé queriendo leer todo lo que ha escrito, como me ha pasado con otros escritores. Primero, porque el final no me terminó de gustar del todo (por la historia de amor) y segundo, porque El hobbit, que tomé prestado en la biblioteca del instituto, me aburrió bastante. Probablemente porque parte de la historia ya me la sabía (después de todo se supone que hay que empezar por ese libro) y el resto de sus obras ni me preocupé en buscarlas.