Sinopsis
En el otoño de 1939, el juez William Hereward Barber del Tribunal Supremo recorre el sur de Inglaterra presidiendo casos de municipio en municipio. Cuando una carta le advierte sobre una inminente venganza sobre su persona, el magistrado le resta toda importancia, atribuyéndola sin duda a algún inofensivo lunático. Pero al recibir el segundo anónimo, seguido esta vez de una caja de bombones envenados, Barber empieza realmente a temer por su vida. Será el abogado y detective aficionado Francis Pettigrew; probo, poco exitoso y enamorado en su día de la esposa del juez; quien intente desenmascarar al autor de las amenazas, antes de que sea demasiado tarde.
Tragedia en el tribunal (1942) es indiscutiblemente la obra maestra de su autor y uno de los más originales y acabados exponentes de la ficción judicial de todos los tiempos. Cyril Hare (Mickleham, 1900-Box Hill, 1958) fue el seudónimo de Alfred Alexander Gordon Clark, quien como distinguido juez y abogado dedicó su vida a la jurisprudencia. escribió́ nueve novelas policiacas y multitud de relatos inspirados directamente por su experiencia profesional.
¿Por qué me decidí a leerlo?
Cada vez que veo un libro nuevo de esta colección de la editorial Siruela no puedo evitar leerlo, porque estoy bastante segura de que me gustará. Y sin leer la sinopsis, aunque por el título ya me imaginaba que pasaría algo en un tribunal…
¿Mereció la pena?
Sí, he disfrutado más de lo que pensaba, porque no me esperaba que, además de un misterio, la historia tuviera sus momentos divertidos, sobre todo por el tono que le da el autor. Como si no se tomara muy en serio todo eso de la solemnidad de la justicia británica, con sus antiguos rituales, tradiciones y costumbres, que mantienen desde hace mucho tiempo. Y, en el fondo, todos esos jueces, abogados, secretarios, oficiales, policías, políticos y demás, son personas con sus defectos, envidias, roces, rencores, cambios de humor… que hacen que resulten muy humanos. Aunque no solo parece que no se toma en serio el sistema judicial, también es capaz de “burlarse” del amor romántico y de otras situaciones. Tengo que reconocer que, después de llevar casi todo el libro leído, pensaba que habían exagerado poniendo en el título «tragedia». Antes de que ocurriera la «tragedia» me divertía bastante y no me hubiera importado que no hubiera un misterio como tal. Luego se pone más serio, pero sigue resultando original y refrescante la forma de narrar lo que sucede. Y la solución también me pareció original, aunque hubiera preferido alguien distinto como culpable… y eso que me lo estaba imaginando.
El honorable sir William Hereward Barber, apodado el Barbero, es un juez de comisión, y, por ello, representante de su Majestad Jorge VI (eso hace que, entre otras cosas, tenga que ser el primero en pasar por la puerta o que espere que se usen trompetas para recibirle, como antes de la guerra). Este año 1939 le corresponde hacer el Circuito del Sur, y todo va relativamente bien, hasta que comete un error. Eso hace que su carrera esté en peligro, y que se intente tapar el error, pero al mismo tiempo también empieza a recibir una serie de amenazas. Todo eso da pie a que los lectores vayamos descubriendo que tanto coincidir jueces, abogados, secretarios judiciales, esposas, acusados, víctimas… casi siempre acaba dando problemas. Hilda, a la que suelen llamar respetuosamente lady Barber, es su esposa. Quiso ser abogada, pero nadie le daba ningún caso por ser mujer y acabó renunciando y casándose con Barber. Le encanta la abogacía y tiene una mente privilegiada para recordar antecedentes, así que ayuda a su marido con las sentencias, y también le salva de ciertos peligros.
Junto al juez viaja Derek Marshall, un oficial marshal primerizo, que no se esperaba tener que velar por la seguridad del juez. Como su apellido y su puesto coinciden tiene que soportar algunas bromas, y también tiene algún pequeño conflicto por haber sido rechazado en el ejército. El secretario del juez, Beamish, lleva muchos años con él y se lleva fatal con la esposa del juez. También los acompañan Savage, el mayordomo del juez, que es la «alegría de la huerta», y la señora Square, la cocinera. Francis Pettigrew, es abogado, coincide con ellos en algunos lugares, y es muy amigo de Hilda y no tan amigo del juez. Otros personajes son Greene, asistente del oficial; el hermano de Hilda, que ayuda en el “error” del juez; Heppenstall, que se la tiene jurada al juez; Sebastian Sebald-Smith, un pianista que se ha quedado sin carrera; Sally Parsons, la ahora enemiga de Hilda… Poco a poco se van descubriendo viejas rencillas, que puede que tengan algo que ver o igual no… Pero está claro que el juez Barber no es precisamente muy apreciado. Y también aparece el inspector Mallett, que casi se pasa de listo, aunque acaba descubriendo todo (con algo de ayuda).
Además de los recibimientos y despedidas en la estación, los rituales de llegada o de salida de la casa donde se hospeda el juez, o el código de vestimenta, me pareció muy peculiar el sistema de circuitos judiciales, para que las pequeñas poblaciones puedan tener juicios. No hacen que los habitantes vayan a los juzgados de otras localidades o a Londres, es la justicia la que va a ellos cada cierto tiempo. Muchos de los jueces y abogados ya se conocen porque han coincidido varias veces a lo largo de los años, y a veces da sensación de que existe un cierto compadreo. Lo del circuito me recordó a Las malditas, de Stacey Halls, porque en esa época (1612) ya existía una especie de circuito para ir dando servicio a las pequeñas poblaciones. También me resultó curioso ver los paralelismos con otros países, como lo retorcida que puede ser la interpretación de las leyes. O el sistema ferroviario, que es lo que usan para desplazarse. Como está relativamente centralizado, no conecta entre sí a esas pequeñas poblaciones, así que tienen que dar rodeos o casi pasar por Londres para ir de una a otra.
También es interesante porque ayuda a conocer un poco de la época, cuando Gran Bretaña ya ha entrado en la Segunda Guerra Mundial. Al ser al principio todavía no hay escasez de alimentos ni muchas restricciones, pero sí que faltan hombres en sus puestos de trabajo porque están en el frente; y hay gente que quiere colaborar, por ejemplo, como enfermera de la Cruz Roja, mientras que a la mayoría no parece que les afecte mucho. Aunque por las noches todos tienen clarísimo que en las casas no puede haber ninguna luz que se vea desde el exterior para no ser blanco de los bombardeos. Gracias a las notas a pie de página de la traductora, Esther Cruz Santaella, se entiende mejor el contexto histórico, y también aclara ciertos hechos del pasado histórico a los que hace referencia el autor, que probablemente los lectores de la época en que se publicó (1942) entendían muy bien, pero hoy en día creo que no tanto.
¿A quién se lo recomiendo?
A quien quiera pasar un rato ameno conociendo algunas particularidades del sistema judicial inglés en 1939, aderezado con un buen enigma.
Ritmo de lectura
Bastante rápido, porque me divertí leyendo y porque quería saber cómo se desenredaba la trama.
¿Leerías algo más del autor?
Creo que sí. Aunque dicen que esta es la mejor de las nueve novelas que escribió, si puedo, leeré algo más porque me ha gustado su forma de narrar. Y porque casi nunca me puedo resistir a los misterios clásicos.