En este caso se trata de unos libros que no es que fueran mis favoritos, pero sí que me influyeron (a mí y a mi mejor amiga del colegio) a montar nuestra propia agencia de detectives…
Sobre los libros
Me costó empezar a leerlos porque pensaba que siendo de Alfred Hitchcock me darían miedo (en esa época echaban la serie Alfred Hitchcock presenta y no me apetecía leer algo parecido). Acabé leyéndolos porque estaban ahí, en la biblioteca, tentándome. Y realmente no tenían mucho que ver con el famoso director de cine. El autor Robert Arthur pensó que el nombre de alguien famoso llamaría más la atención, así que compró una licencia para usar el nombre y la imagen de Hitchcock.
No era de mis sagas favoritas, pero bueno, los libros se dejaban leer. Los misterios parecían sobrenaturales, pero al final siempre tenían una explicación racional. Aun así, había algo que no me terminaba de gustar. No sé si porque me parecían demasiado pedantes (sobre todo uno de ellos, que era como el jefe) o porque no había ninguna chica, pero no me terminaban de convencer. Si queréis saber más de esta serie, os recomiendo este enlace: Los tres investigadores.com.
Su influencia en mí
No creo que fueran la única influencia, en otros libros que leía los jóvenes protagonistas vivían aventuras y resolvían pequeños misterios, pero estos tenían pinta de ser mucho más profesionales. Así que les echo en gran parte la culpa de que se nos ocurriera a mi mejor amiga y a mí montar nuestra propia agencia de detectives.
Hasta nos hicimos unas tarjetas, caseras, por supuesto, con nuestros nombres. Hasta teníamos mascota, mi primera gata, una siamesa que se llamaba Cleopatra. De pequeña me gustaba pensar a lo grande, así que un día le llegué a comentar a mi madre que necesitaríamos un local para la agencia. Le dije que tendría que alquilarlo ella o algún adulto porque nosotras éramos menores (y unas listillas también). Ni que decir tiene que eso no ocurrió.
Tuvimos un primer y único caso, «el misterio del perro vagabundo». Era un mestizo que solíamos ver por el barrio y que un buen día desapareció. No llegamos a saber qué le pasó, ningún vecino vio nada, pero informándonos en la biblioteca nos enteramos de que en China comían perros. Descubrir eso fue bastante traumático y me costó volver a pensar bien del restaurante chino del barrio (puede que esté exagerando, su comida me gustaba mucho, así que no me costaría tanto).