En la infancia y en la juventud todos pensamos en qué queremos ser de mayores, y pasamos por distintas etapas. En este caso, mi etapa de querer ser psiquiatra, que me hizo querer leer cualquier libro que tratara sobre enfermedades mentales, como, por ejemplo, Los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luca de Tena.

Fue un libro que me gustó muchísimo. Una mujer es ingresada en un sanatorio mental, en su delirio cree ser una investigadora privada, pero según su médico es una paranoica que quiere matar a su marido. La inteligencia de esta mujer confunde a los médicos de tal manera que no saben si ha sido ingresada injustamente o en realidad es una enferma. Y por supuesto también confunde o intenta confundir a los lectores.

Como decía, por aquella época yo quería ser psiquiatra y estos temas me atraían mucho: conocer cómo era un manicomio y a los enfermos mentales que en él había. También me llamó entonces mucho la atención que el propio autor se hubiera trasladado a una clínica mental para poder escribir la novela. La ambientación de la clínica y la descripción de las enfermedades mentales me parecieron buenísimas. La jerga médica estaba muy bien explicada para lectores como yo, que no entendíamos del tema.

Recuerdo aún a la protagonista, que era bastante desagradable, dándose aires de superioridad constantemente. Pero también recuerdo que empatizabas con ella cuando pensabas que estaba allí injustamente encerrada. Al final quise terminarlo muy rápido, porque en el fondo unas veces pensaba que ella estaba enferma y otras que no, y necesitaba saberlo con urgencia, así que fui capaz de leerme el libro en dos días. Eso sí, leyendo a todas horas. Si queréis saber cuál es el final, vais a tener que leeros el libro, porque no pienso destriparlo.

Publicado en 1979, en los años 80 fue todo un éxito de ventas (hasta 47 ediciones) y se llevó al cine en 1983, pero no fui a ver la película, porque el libro me había gustado mucho y no quería que me lo destrozaran.

En el principio del libro hay una frase que me pareció estupenda y ahora he vuelto a buscarla para compartirla con vosotros:

La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca. Enrique Heine.