Érase una vez, hace ya muchas Ferias del Libro de Madrid (en los años 90), paseando entre las casetas, y ya simplemente mirando títulos porque ya había comprado todo lo que quería (bueno, eso es un decir, yo siempre quiero más libros, pero el presupuesto es el que manda), descubrí una novelita corta y me gustó tanto el título de Seda que empecé a ojearlo. El autor era Alessandro Baricco, al que yo no conocía. El librero me dijo que era un cuento largo muy bonito, que había tenido un éxito extraordinario en su país, Italia, y era una fábula protagonizada por Hervé Joncourt, un aventurero buscador de gusanos de seda. Y comprando esta pequeña novela fue como descubrí a Baricco, del que ya he leído muchas más cosas y siempre me ha encantado.
Seda cuenta la historia de un comerciante de gusanos de seda que viaja a Japón para conseguir huevos de calidad, aunque acaba enamorado de los inquietantes ojos de una mujer de rasgos occidentales. Se trata ni más ni menos que de la amante de Hara Kei, el señor de las tierras que producen los mejores huevos de gusano del mundo. En Francia, mientras tanto, lo esperan su mujer, su jefe y toda una población que vive de los huevos que él recoge. Ese sería, a grandes trazos, el tejido grueso de la historia.
La novela me encantó. No sé si suena cursi, pero recuerdo que cuando la leía me sentía acariciada por las palabras. Estaba leyendo prosa, pero parecía poesía. Me pareció una historia de amor muy sensual. Me entusiasmó por su simplicidad, con un estilo muy sencillo, y me encantó que los sentimientos fueran lo más importante en la trama. El autor tiene una gran sensibilidad. Y esto es lo que pensaba (o piensa) Baricco sobre Seda:
Esta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Esta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos y dolores, que se sabe muy bien lo que son, pero que no tienen un nombre exacto que los designe. Y, en todo caso, ese nombre no es amor. (Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. Así funciona desde hace siglos).
Baricco es un escritor muy personal, sus novelas oscilan entre lo real y lo onírico, es un autor de mi generación que nació en Turín en 1958, un apasionado de la música, los coches, el mundo de Homero y los cuentos exóticos.
Pero lo que más le gusta es la enseñanza. En 1994 montó en su ciudad, junto con otros cuatro amigos, una escuela de narradores, la Scuola Holden. Se llama Holden por el protagonista de la novela de Salinger, El guardián entre el centeno, Holden Caulfield, que no quería saber nada de cursos ni de exámenes. Por ello crearon una escuela en la que Holden nunca habría sido expulsado. El lema de la escuela son las tres últimas líneas de El guardián entre el centeno:
No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en el que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
La Holden representa un modo muy particular de enseñanza, con métodos difíciles de encontrar en otros lugares. Piensan que aprender debe ser siempre una emoción. La emoción de descubrir, a través de los profesores y los compañeros, mundos que no seríamos capaces de descubrir nosotros solos. Describen a la Holden como «la escuela que soñábamos cuando nos aburríamos en el cole».
Si no conocéis a Alessandro Baricco, os recomiendo que vayáis corriendo a una librería y os compréis Seda, a ver si os enamoráis de su obra como yo lo hice.