Esta entrada de Vacaciones literarias es un poco especial. Porque más que recorrer con Stendhal los lugares que visitó de estas ciudades, que sería casi imposible y para eso están sus libros, se trata de explicar su amor por Italia y el famoso síndrome que lleva su nombre.

Henri Beyle, más conocido como Stendhal, nació en Francia y perteneció al ejército francés. Siguiendo al ejército napoleónico acabó en Italia, que se convirtió en su patria por elección. Allí pasó muchos años de su vida, fue vicecónsul de Francia en Civitavechia, y completó su formación artística, desarrollando sus grandes pasiones: la música, la pintura, la belleza y las mujeres. Y allí fue donde se hizo escritor.

Estando en Italia fue a Florencia de viaje, seducido por la fama de su belleza, su monumentalidad y por su relación con los mejores artistas renacentistas. Visitó la Basílica de la Santa Cruz (Santa Croce), experimentando una serie de emociones que, según se describe en este síndrome, causa mareos, vértigos e incluso desvanecimientos, temblores, confusión y un elevado ritmo cardiaco. Sea como fuere, el síndrome de Stendhal, síndrome de Florencia o síndrome / estrés del viajero es un referente de la reacción romántica ante mucha belleza y la exuberancia del goce artístico. Concretamente Stendhal lo narró así:
Había llegado a ese grado de emoción en el que se tropiezan las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme.

No sólo visitó Florencia, también fue a Roma, Nápoles, Bolonia, vivió dos años en Milán, y de estos viajes resultaron varios libros, como Historia de la pintura en Italia (1817), en el que repasó todas las obras de arte que encontró. Stendhal era amante del arte, enamorado de Rafael y curiosamente odiaba a Bernini. Consideraba que el arte griego clásico y el arte renacentista italiano reflejaban el «bello ideal antiguo» y el «bello ideal moderno», respectivamente.
Publicó Roma, Nápoles y Florencia, toda una declaración de amor por Italia. No es la típica guía de turismo. Es un libro que habla más de sensaciones y de costumbres del país. Y Paseos por Roma, que sí que es una descripción muy detallada de todos los monumentos de Roma, sin tener en cuenta a los habitantes. Este libro sí que se podría usar como guía de Roma. Estos dos libros, ilustrados con reproducciones de cuadros de pintores renacentistas, se han publicado también como Viajes en Italia.
Le encantaba Italia y los italianos, de ellos pensaba que eran apasionados, irreflexivos, vitalistas, enamorados, caprichosos y siempre en busca de la felicidad. Curiosamente se le expulsó en una ocasión del país bajo la acusación de espionaje, pero volvió a viajar por su adorada Italia.
